Instituto de Historia Eclesiástica Isabel la Católica

Testimonios sobre la Reina Isabel la Católica

2003


Publicado: BOA 2003, 0.

  • Notas

    Se cuenta que, cuando hace unos años el arzobispo de Valladolid visitaba el pueblo de Madrigal de las Altas Torres, preguntó a un pastor quién había nacido allí. —«Santa Isabel la Católica»—, contestó sin dudar este humilde representante de una sorprendente y popular corriente que está segura de la santidad de esta Reina; corriente que discurre desde sus contemporáneos hasta hoy.

    Hay que reseñar, en este sentido, que el Instituto de Historia Eclesiástica “Isabel la Católica” f.gif, vinculado a la Comisión Diocesana de seguimiento del Proceso de canonización de la Reina, tiene publicados tres densos volúmenes, en los que se han seleccionado más de 250 opiniones, de la más variada procedencia, entre la ingente multitud de testimonios sobre su virtud a lo largo de los cinco siglos desde su reinado hasta nuestros días.

    Ya el Conde de Castiglione, contemporáneo de Isabel y, poco después de su muerte, Nuncio de España, afirmaba que «si los pueblos de España, los señores y los privados, los hombres y las mujeres, los pobres y los ricos no se han puesto de acuerdo todos para mentir en alabarla, entonces tengo que decir que no ha existido en el mundo, en nuestro tiempo, ejemplo más claro de bondad verdadera, de religión en suma, de toda virtud, que la Reina Isabel»1.

    Las personas más cercanas afirmaron de ella: «Murió tan santa y católicamente como vivió» (el Rey D. Fernando); «Su vida fue siempre católica y santa» (Cristóbal Colón); «Perfecta y llena de toda virtud y bondad» (Fr. H. de Talavera, su confesor); «Desaparece una Reina que no ha de tener semejante en grandeza de alma, pureza de corazón, religiosidad, justicia para todos igual, etc.». Esta última afirmación es del austero y recio J. de Cisneros, su último confesor, habituado al dominio de sus sentimientos, pero que no pudo contener las lágrimas al recibir la noticia de su muerte.

    Así se expresaron quienes, sin duda, conocieron su interior mejor que nadie. Aún cabe señalar otros testimonios de personas que ya no conocieron a la Reina: Historiadores de la talla de Enrique Flórez en el siglo XVIII, o Modesto Lafuente y Vicente Lafuente, en el siglo XIX, afirman de Isabel que «en todos sus pasos tenía por primera causa la de Dios»«a la luz de la más escrupulosa investigación, no se descubre un solo acto de su vida, pública y privada, que no sea de piedad y virtud»«confesamos no entender cómo no se halla el nombre de la reina Isabel de Castilla en la nómina de los escogidos, al lado de S. Hermenegildo y S. Fernando»«Reina a quien cuesta trabajo no apellidar santa».

    También en el siglo XX abundan testimonios similares en las numerosas y cada vez mas documentadas obras de investigación de la mayoría de los más serios y conocidos historiadores; e incluso encontramos un ejemplo en el editorial de un periódico de gran tirada nacional, que el día 16-6-1929 afirmaba: «La canonización de la Reina es una aspiración difusa de tantas almas que, en su fuero interno, veneran ya a Isabel la Católica como a una verdadera santa. Es la vox populi, o mejor populorum (...) del Nuevo Mundo: nos consta que lo desean ellos, tanto como nosotros».

    Congresos nacionales, internacionales y hasta mundiales han sido plataforma de mociones, peticiones, aclamaciones y contactos de multitud de personas, grupos, asociaciones e instituciones de todo el mundo a favor de la canonización de la Reina Isabel, como puede comprobarse en la documentación recogida por el citado Instituto de Historia Eclesiástica.

    Recientemente, un ilustre catedrático de la Universidad de Valladolid, historiador y medievalista, respondía así, en un artículo periodístico, a algunas opiniones contrarias muy cualificadas:

    «Contra Isabel la Católica se siguen lanzando acusaciones gratuitas (...). Recrearse en asuntos como el establecimiento de la Inquisición o la expulsión de los judíos me parece fuera de lugar, sobre todo si se analizan a la luz de los principios que rigen el mundo de nuestros días y se sacan de su contexto histórico.

    La Inquisición no fue una novedad de la España de finales del s. XV, sino que ya existía en Europa cristiana desde el s. XIII; la quema de herejes en la Francia de Luis IX (1226-70) no impidió convertir a dicho rey en san Luis. Entre las acusaciones gratuitas —según este medievalista— está la expulsión de los judíos, algo que no pudo evitar porque la sociedad lo pedía; decretada en otros países antes que en España, toda Europa estaba haciendo lo mismo, la tomaron los Reyes Católicos como consecuencia del clima social existente en sus reinos, así como de la imparable presión de la Iglesia.

    Esta opinión —concluye el ilustre catedrático— no procede de ningún historiador católico, sino del prestigioso investigador israelí Benzion Netanyahu, autor de una excepcional monografía sobre la Inquisición Española»2.

    El cardenal Darío Castrillón, Prefecto de la Congregación del Clero, recordaba hace unos días (19-11-2002) en una conferencia en la Embajada de España ante la Santa Sede, apoyando esta Causa, «el gran humanismo de Isabel la Católica, verdadero paladín de su época y entusiasta del Evangelio, que hizo el regalo de la fe a América», continente que hoy representa más de la mitad de los católicos y, en palabras del Papa, «constituye la esperanza de la Iglesia».

    El mismo Juan Pablo II decía el 18-11-1992 al Embajador español: «España aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes (...) y puso en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona Castellana trató de responder al sincero deseo de la Reina Isabel I de Castilla de que sus hijos, los indios, fueran reconocidos y tratados como seres humanos con la dignidad de hijos de Dios».

    Los valores humanos y cristianos de la Reina son suficientemente fuertes como para resistir los ataques contra su santidad, tantas veces basados en prejuicios y aseveraciones que poco tienen que ver con la historia y más con apreciaciones subjetivas a partir de sensibilidades nuestras que de modo petulante creemos que son verdad.

    † Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid


    Notas:


    [1]  “Isabel la católica en la opinión de españoles y extranjeros”, Valladolid 1970.
    [2]  Diario “El Mundo”, 6-3-2002, Julio Valdeón.